viernes, 27 de noviembre de 2009

La mente


33. Esta mente voluble e inestable, tan difícil de gobernar, la endereza el sabio como el arquero la flecha.

34. Esta mente tiembla como un pez cuando lo sacas del agua y lo dejas caer sobre la arena. Por ello, hay que abandonar el campo de las pasiones .

35. Es bueno controlar la mente: difícil de dominar, voluble y tendente a posarse allí donde le place. Una mente controlada conduce a la felicidad.

36. La mente es muy difícil de percibir, extremadamente sutil, y vuela tras sus fantasías. El sabio la controla. Una mente controlada lleva a la felicidad.

37. Dispersa, vagando sola, incorpórea, oculta en una cueva, es la mente. Aquellos que la someten se liberan de las cadenas de Mara.

38. Aquel cuya mente es inestable, no cono ce la enseñanza sublime, y aquel cuya confianza vacila, su sabiduría no alcanzará la plenitud.

39. Aquel cuya mente no está sometida a la avidez ni es afectada por el odio, habiendo trascendido tanto lo bueno como lo malo, permanece vigilante y sin miedo.

40. Percibiendo que este cuerpo es frágil como una vasija, y convirtiendo su mente tan fuerte como una ciudad fortificada vencerá a Mara con el cuchillo de la sabiduría. Velará por su conquista y vivirá sin apego.

41. Antes de que pase mucho tiempo, este cuerpo, desprovisto de la consciencia, yacerá arrojado sobre la tierra, siendo de tan poco valor como un leño.

42. Cualquier daño que un enemigo puede hacer a su enemigo, o uno que odia a uno que es odiado, mayor daño puede ocasionar una mente mal dirigida.

43. El bien que ni la madre, ni el padre, ni cualquier otro pariente pueda hacer a un hombre, se lo proporciona una mente bien dirigida, ennobleciéndolo de este modo.


Extraido de Dhammapada (obras de la literatura Buddhista)

domingo, 22 de noviembre de 2009

La taza de té


Un importante catedrático universitario se encontraba últimamente en extraños estados de ánimo: se sentía ansioso, infeliz y si bien creía ciegamente en la superioridad que su saber le proporcionaba, no estaba en paz consigo mismo ni con los demás. Su infelicidad era tan profunda cuan su vanidad.

En un momento de humildad había sido capaz de escuchar a alguien que le sugería aprender a meditar como remedio a su angustia. Ya había oído decir que el zen era una buena medicina para el espíritu.

En su región vivía un excelente maestro y el profesor decidió visitarle para pedirle que le aceptara como estudiante.

Una vez llegado a la morada del maestro, el profesor se sentó en la humilde sala de espera y miró alrededor con una clara -aunque para él imperceptible- actitud de superioridad. La habitación estaba casi vacía y los pocos ornamentos sólo enviaban mensajes de armonía y paz. El lujo y toda ostentación estaban manifiestamente ausentes.

Cuando el maestro pudo recibirle y tras las presentaciones debidas, el primero le dijo: "permítame invitarle a una taza de té antes de empezar a conversar". El catedrático asintió disconforme. En unos minutos el té estaba listo. Sosegadamente, el maestro sacó las tazas y las colocó en la mesa con movimientos rápidos y ligeros al cabo de los que empezó a verter la bebida en la taza del huésped. La taza se llenó rápidamente, pero el maestro sin perder su amable y cortés actitud, siguió vertiendo el té. El líquido rebosó derramándose por la mesa y el profesor, que por entonces ya había sobrepasado el límite de su paciencia, estalló airadamente tronando así: " ¡ Necio ! ¿ Acaso no ves que la taza está llena y que no cabe nada más en ella ?". Sin perder su ademán, el maestro así contestó: "Por supuesto que lo veo, y de la misma manera veo que no puedo enseñarte el zen. Tu mente ya está también llena".

Cuento Zen

sábado, 14 de noviembre de 2009

Disciplina exterior


"A través de nuestro trabajo interior nos desembarazamos progresivamente de las mareas mentales y emotivas que enturbian nuestra visión del ideal espiritual, traban nuestra comprensión y vician la relación que tenemos con nosotros mismos y con los demás. Sobre todo, trabajamos sobre nuestros hábitos de autocomplacencia, de autocompasión y de autojustificación."


"Si hubiera sabido..." "Si me hubiera dado cuenta..." Estas reflexiones después de los hechos nos ayudan a comprender lo que pasó pero rara vez nos ayudan a prevenir errores dolorosos. El hábito de reflexionar se activa con el dolor, el fracaso, los problemas. Cuando aparentemente todo anda bien, tendemos a pensar ",quién tiene necesidad de reflexionar?" También a veces pensamos que no necesitamos ninguna ascética, que la experiencia misma hos enseña. Pero la muerte inesperada de algún ser querido, un problema grave de salud, la pérdida de empleo o cualquier otra crisis nos hace perder la serenidad, cuando no el discernimiento que podríamos haber tenido.

La experiencia enseña siempre. A veces por repetición sin fin, otras veces porque nos fuerza al desapego para el cual no estábamos preparados. Otras veces nos confronta con situaciones que hacen evidente nuestro modo de vivir errático. Pero, ¿qué provecho sacamos de todo esto? ¿Cuánto aprendemos realmente de lo que enseña la experiencia? ¿Qué sistema usamos para no repetir infructuosamente las mismas experiencias una y otra vez, para no cristalizar esa repetición en una forma de ser, para entregar lo que la vida nos pide sin que nos tenga que ser arrancado a la fuerza y nos suma en la desesperación y el dolor?

Si hacemos un hábito de la reflexión y si, además, formulamos un programa para poner en práctica lo que aprendemos en la reflexión, tenemos la posibilidad de liberarnos de la cadena que nos ata a la experiencia ciega.


Los ejercicios de meditación, el estudio de enseñanzas, la dirección espiritual, la observación de nuestra propia conducta, la aceptación de la retroalimentación, las estrategias para evitar repetir situaciones inconducentes, todo ello y lo que ello implica, constituye la discplina exterior.


Fuente : Cafh un camino de desenvolvimiento- Enseñanzas - Matices de la Oración