El movimiento natural del alma es del centro hacia la periferia. El hombre habla no solo para comunicarse, sino también por una necesidad natural e inconsciente de proyectarse hacia afuera.
La palabra no es más que un agente del alma; la verdadera comunicación anímica es siempre interior, espiritual.
El hábito de silencio detiene los movimientos periféricos, sujeta la tendencia a la expansión exterior incontrolada, termina con la costumbre de proyectar el alma en palabras , imágenes y movimientos.
El hábito de silencio cambia la vibración interior del ser, purificándola; aquieta los movimientos secundarios, orienta al alma hacia una toma de conciencia más profunda, hacia el conocimiento de sus movimientos genuinos, aquellos que responden a su linea de desenvolvimiento espiritual y a los requerimientos de sus posibilidades potenciales.
El hábito de callar enseña a amar el silencio, tan pleno de significado y riqueza. No consiste solamente en no hablar en demasía, sino enseña a no depender de los sentidos exteriores, ya que el alma solo se colma desde adentro.
El silencio enseña a no quejarse jamás. El hábito del silencio transforma toda reacción en un movimiento interior de aceptación y ofrenda. La queja y protesta es siempre una reacción ante la vida o los hombres, e impide conocer la realidad de esa vida y esos hombres. El rechazo del sufrimiento muestra el temor a conocer lo contingente de la vida, tal como es en el mundo.
La búsqueda de la comodidad excesiva, del ocio inútil, del halago y el hartazgo, supone el mismo aturdimiento que el producido por el ruido continuo con el que la sociedad de nuestra época cubre los anhelos de liberación.
El silencio controla la ira y la excesiva emotividad;aquieta la mente y predispone al alma para la vida interior.
Del libro la Ascética de la Renuncia de Jorge Waxemberg
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